Proscrita la oposición política en 1973, el trío san miguelino demostró en los '80 que el pop pudo ser tan peligroso al statu quo de la dictadura como una rebelión, un paro nacional o una guerrilla.
Es fácil ser rebelde cuando se vive en un país desarrollado y democrático, se cuenta con el seguro social y se vive sin miedo de represalias por parte del gobierno o alguno de sus múltiples agentes. No hace falta decir que aquella no fue precisamente la situación que vivió Chile entre 1973 y 1990, extenso periodo de enclaustramiento que contrastó con la liberación juvenil y los recambios culturales que habían germinando en los países de habla inglesa, justamente cuando estilos musicales (y de vida) como el punk ya habían prosperado y estaban amainando.
La dictadura cortó de raíz varios años de tradición artística nacional, censuró, expatrió y hasta fusiló músicos (emblemático es el caso de Víctor Jara), echando tierra sobre las desarrolladas escenas del canto nuevo y el rock de la época, el cual ya se encontraba consolidado en conjuntos como Los Jaivas, Congreso (rock progresivo), Arena Movediza y Tumulto (hard rock) y hasta había florecido espectáculos memorables como el Festival de Piedra Roja de 1970. Ser rockero durante la intervención militar, fue sinónimo de estar en la cuerda floja, ponerse bajo sospecha en los cargos de "chascón", "hippie", "upeliento", "comunista" o cualquier otro rótulo prejuicioso que en léxico fascista, significase contrariar a la autoridad.
Resultado de la represión, de la censura y de los toques de queda, la escena musical chilena sufrió un revés y estancamiento considerables, lo cual ya de cara a los '80, impulsó un excesivo interés por el pop internacional, liderado por las bandas new wave y los conjuntos trasandinos del llamado "rock latino" (Miguel Abuelo, Miguel Mateos, Virus, Soda Stereo, GIT...) que no era más que una versión castellanizada de la new wave y del pop-rock de la época.
Bajo ese contexto ochentero, una ignorada banda san miguelina de punk rock: los Vinchucas (formada en 1978), decide cambiar su nombre por el de "Los Prisioneros" en irónica referencia a la convulsión política del país. Hasta la salida de su primer disco, el trío liderado por el genial Jorge González se curtió tocando en gimnasios municipales y eventos universitarios, haciendo un giro del punk rebelde y virulento al pop/new wave sarcástico y contestatario, que en una misma canción a la par de hacerte corear y bailar, lograba instaurar en las audiencias tópicos políticos y de crítica social que cuestionaban el sistema económico y la estructura gobernante.
Tras el lanzamiento del álbum La Voz de Los '80 en 1984, es factible decir que comienza una re apertura del rock, de la música y de las artes nacionales en general, que ya no se reconocieron desterradas del "nuevo Chile" que pretendía construir la dictadura. La música de Los Prisioneros, cargada de vieja actitud punk y de la inspiración de The Clash, se sumó al sistema y utilizó en su favor las señales del mercado, para hacerse ampliamente populares, y así atacar impunemente canción por canción y disco tras disco al enemigo de las libertades civiles, a fuerza de rock rítmico simplón o bases electrónicas, las cuales comienzan a desplegar más abiertamente en su segundo LP Pateando Piedras (1986).
Bajo ese contexto ochentero, una ignorada banda san miguelina de punk rock: los Vinchucas (formada en 1978), decide cambiar su nombre por el de "Los Prisioneros" en irónica referencia a la convulsión política del país. Hasta la salida de su primer disco, el trío liderado por el genial Jorge González se curtió tocando en gimnasios municipales y eventos universitarios, haciendo un giro del punk rebelde y virulento al pop/new wave sarcástico y contestatario, que en una misma canción a la par de hacerte corear y bailar, lograba instaurar en las audiencias tópicos políticos y de crítica social que cuestionaban el sistema económico y la estructura gobernante.
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Discografía oficial de Los Prisioneros. Sus últimos dos discos de estudio: Los Prisioneros (2003) y Manzana (2004) no son más que una desafortunada apuesta comercial, ajena al espíritu original de la banda.
Tras el lanzamiento del álbum La Voz de Los '80 en 1984, es factible decir que comienza una re apertura del rock, de la música y de las artes nacionales en general, que ya no se reconocieron desterradas del "nuevo Chile" que pretendía construir la dictadura. La música de Los Prisioneros, cargada de vieja actitud punk y de la inspiración de The Clash, se sumó al sistema y utilizó en su favor las señales del mercado, para hacerse ampliamente populares, y así atacar impunemente canción por canción y disco tras disco al enemigo de las libertades civiles, a fuerza de rock rítmico simplón o bases electrónicas, las cuales comienzan a desplegar más abiertamente en su segundo LP Pateando Piedras (1986).
Ni mohicanos, ni gruesas cadenas, ni pesadas botas militares formaron parte en la presentación de Los Prisioneros y de haberlo hecho, habrían quitado fuerza y credibilidad a su propuesta de recuperar el espíritu popular no sólo de la música sino de todo el acontecer nacional capturado por garras esnobistas y voladeros de luces capitalistas, que pululaban en torno de un régimen que había exacerbado las diferencias de clase hasta vendernos la idea de que "el populacho" no era capaz de generar cultura ni de autogobernarse.
En un Chile patético donde una nueva clase de oligarcas, comenzaban a repartirse la torta con beneplácito del Estado y no del mercado y emergía una especie de mesianismo en torno de un grupo de pelotudos llamados los "Chicago Boys", bienvenida era la música de Los Prisioneros para agregar color y despertar las consciencias de un país dormitado y temeroso de defender sus derechos. La (primera) disolución de la banda coincide con el cese de la dictadura y el retorno a la democracia, cerrando el ciclo el álbum new romantic Corazones (1990). Reseña de todo esto es que el verdadero impulso artístico punk no colapsa en épocas de crisis, sino que al parecer se hace más fuerte y cobra un particular sentido cuando define un rival, un muro contra el cual escupir.
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