Puede que la vida sea corta, extraña y más bien absurda, que en este breve paso por la existencia no lleguemos siquiera a ser conscientes de las muchas esclavitudes a las que vivimos sometidos a diario, en favor de la maquinaria suicida y sus mentiras funcionales. Por fortuna hay seres que son inmortales y que tienen o tuvieron la fórmula para romper con el aburrimiento y la monotonía de nuestra farsante y decadente "cultura occidental" uno de ellos sin duda fue el genial Lemmy Kilmister, ícono del heavy metal, quien tristemente se encaminó hacia su última gira ayer 28 de enero, víctima del cáncer.
Llevo tatuado en mi cuerpo la sentencia "born to lose, live to win" acuñada por Lemmy en los '80, la cual a diario me recuerda que -desde el momento en que la muerte es una realidad en latencia- no tengo nada que perder y que la vida puede ser todo lo que queramos, siempre y cuando vivamos en función de nuestros deseos e integridad. Lemmy fue el ejemplo vivo de aquello y su vida (aunque nada ejemplar para los putos moralistas) fue una productiva, trabajólica e incansable celebración, el verdadero sentido del rock 'n' roll.
Lemmy, el alma de Motörhead condensó la honestidad del rock clásico, la energía del punk y la intensidad del metal. Nunca hubo ni habrá otro Lemmy Kilmister y por desgracia en el horizonte musical contemporáneo tampoco se vislumbran dignos herederos.
Ojos húmedos, recuerdos reactivos, mientras escribo estas líneas corre el álbum 1916 en mi equipo Samsung MM-N7 de toda la vida. Te extrañaremos Lemmy, eres parte de mi propia historia. El rock 'n' roll no morirá jamás.
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